El Sr. Luis Maldonado valoraba las cosas bien hechas, la calidad y la excelencia. En consecuencia, él aspiraba implementar sus proyectos de la mejor manera posible sin importar la cantidad de esfuerzo invertido. Así mismo se deleitaba en fabricar productos de la mejor calidad posible, decía “mis tejidos deben ser hechos con los mejores materiales y deben durar si posible toda la vida.” Él pensaba que productos de buena calidad serían preferidos incondicionalmente por sus clientes.
Desde su infancia tendió a admirar a ciertas personas que últimamente eran exitosas o de gran habilidad. Por ejemplo, en el colegio admiró a un excelente profesor de matemáticas. A esa misma edad también admiró a un empresario checo en Quito, con el cual su padre trabajaba en textiles. Le encantaba que un exitoso empresario extranjero lo encuentre inteligente, fiable y honrado. Marianita Sell, su colega británica no sólo era un modelo de empresario, era también un modelo personal de amabilidad, profesionalismo, fiabilidad, e integridad. Las personas exitosas suelen admirar el talento, el mérito, la excelencia; no les incomoda el éxito de otras personas. Ellas aprenden de otras personas y raramente malgastan sus energías en la envidia.
En su vida empresarial, el Sr. Maldonado valoraba a las personas con habilidades, honradas, cumplidas, sinceras, rectas y puntuales. Él decía que le gustaba rodearse en su trabajo de “personas de palabra.” Él tenía esa habilidad innata de reclutar para su empresa personas muy trabajadoras y fiables.
Un rasgo de su personalidad que seguramente ayudó a forjar una empresa exitosa es la puntualidad. En el Ecuador la puntualidad casi no existe, no es valorada. La “hora ecuatoriana o latina” es sinónimo de una o dos horas de retraso. Para el Sr. Maldonado una fuente de orgullo era presentarse a cualquier evento formal o familiar con anticipación. Creo que fue la única persona puntual que conocí no solamente en el Ecuador sino en América Latina. Para sus encuentros de negocios, él llegaba por ejemplo a una cita en Tulcán o Quito al menos una o dos horas antes de la hora convenida. Para llegar a Tulcán el salía de Otavalo a las 3 de la mañana, llegaba a Tulcán a las 6 y esperaba a que llegue las 8 para realizar sus negocios. Incluso en los encuentros familiares, era la única persona que estaba puntual en la hora y sitio convenidos. Su puntualidad inspiraba respeto, era una persona de alta fiabilidad. En las negociaciones con clientes y colegas, su puntualidad le daba una excelente imagen, una impresión de que el negocio en discusión era muy serio, y que respetaba el tiempo de su interlocutor. Los negocios y otras actividades humanas tienen más probabilidad de ser exitosas con la puntualidad. Un gran contraste con la práctica entre los mishu de que si soy importante o me siento rico entonces es correcto y hasta legítimo llegar atrasado a una cita y hacer esperar a la otra persona. Para el Sr. Maldonado la puntualidad le permitía ganar un alto sentimiento de responsabilidad y de dignidad.
Otros componentes esenciales del éxito son el optimismo, la disciplina en el trabajo, y la organización. El empresario Maldonado logró concebir sus proyectos e implementarlos con éxito gracias al optimismo. Tenía la certeza profunda de que su idea o proyecto era bueno y que sería exitoso. Como es de esperarse, a veces ciertas iniciativas fracasaban, sin embargo, de su boca nunca se escuchaban lamentos. Inmediatamente pensaba en las posibles soluciones o generaba nuevas ideas. Su optimismo era casi infinito. Su disciplina y perseverancia en el trabajo eran también sin par. Su trabajo cotidiano, incluyendo los fines de semana, comenzaba a las 4 de la mañana y terminaba a las 8 de la noche. Y si un problema ameritaba trabajar 24 horas seguidas, a él no parecía incomodarlo. Esta ética de trabajo era ejemplar. Acompañarlo y ayudarlo en su trabajo y proyectos era un placer, era inspirador. El trabajo no era fuente de sufrimiento o dolor, era más bien algo que acrecentaba su dignidad y orgullo. Finalmente, la organización y el orden permearon su vida entera. El crecimiento constante de su empresa requería de una organización cada vez más sofisticada. La lectura y sus estudios básicos de colegio le ayudaron mucho. Sin embargo, se necesitaba tener además una inclinación natural casi obsesiva hacia el orden y la organización. Por ejemplo, sus numerosas herramientas con las cuales reparaba las máquinas de su empresa estaban perfectamente clasificadas y guardadas. La materia prima, las maquinarias estaban ubicadas en sitios apropiados y en un orden que propiciaba la eficiencia de la fábrica. Incluso en su dormitorio, los objetos estaban ubicados en orden. El desorden realmente le aborrecía. Indudablemente, la vida de los que le rodeaban se impregnaba de un cierto orden y disciplina. Sus descendientes aprendieron que la disciplina y el orden son útiles y contribuyen a un trabajo eficaz y al éxito.