Los proyectos exitosos, la prosperidad, dan la impresión errada de que la vida del empresario Maldonado era privilegiada y fácil. En realidad, para un quichua que aspiraba y se esforzaba a salir de la opresión de cinco siglos, la vida era extremadamente difícil, estresante y dolorosa. Los perpetradores postcoloniales mishu que heredaron de los colonialistas españoles las peores y crueles tácticas de explotación y dominación; abiertamente, casi inconscientemente, truncaban los sueños de prosperidad de los quichuas. A pesar de la opresión, el racismo sistémico, el abuso, la violencia física y verbal en su contra y su familia, el Sr. Maldonado siempre conservó una afabilidad exquisita. Al igual que muchos otros quichuas de los Andes, contribuyó a mantener la base fundamental afable de la cultura o nación quichua. Las posibles situaciones que podían llevar a una respuesta violenta eran muchas y sucedían cada día. Sin embargo, El Sr. Maldonado nunca mostró un comportamiento violento hacia otros sean estos quichuas o mishu. Como en cualquier hogar en un pueblo oprimido, hubo raramente lo que hoy se llama violencia intrafamiliar.
Dos eventos de su vida son suficientes para dar una idea del ambiente social hostil en el que el empresario Maldonado implementaba sus proyectos. Una barrera casi infranqueable era acceder a un préstamo en los bancos. Por al menos tres decenios, el Sr. Maldonado tuvo que navegar gerentes, empleados de bancos racistas que parecían uniformemente interesados en destruir sus aspiraciones. Ya al momento de cruzar las puertas del banco un empleado le tuteaba y le exigía sacarse el sombrero. Aunque la cita se hacía a una cierta hora, el gerente del banco lo atendía invariablemente varias horas más tarde. Todos los empleados, incluyendo el portero, barredor, hasta el gerente no le trataban de usted o de señor. Llenar los requisitos para el préstamo nunca era suficiente; invariablemente aparecían otros. Un préstamo llegaba a su fase final solamente después de meses y a veces hasta un año o dos de trámite y múltiples visitas al banco. Cualquier pretexto servía para retrasar el préstamo. Un día era que el nombre debía escribirse en mayúsculas, otro día era que no debe firmar con color negro sino azul. Finalmente, el préstamo se realizaba, sin antes que el gerente declarara, con un gesto de odio en su rostro, que el préstamo era un favor, y los favores se pagan. El gerente era un joven de unos 24 años que había terminado el colegio y sin instrucción universitaria. Su único mérito era el ser miembro de una familia mishu de Otavalo. El drama comenzaba realmente después de unos meses de obtener el préstamo. El acoso para que pagara, incluso antes de lo convenido era incesante. Claramente los empleados y el gerente presionaban de manera ilegal para recibir dinero. Él nunca dio dinero a esas personas, probablemente la razón para ser el blanco de un ataque tan vicioso. Las visitas de intimidación se acentuaban cerca de la fecha de vencimiento del préstamo. Incluso venían en compañía de policías para amenazar embargarle la casa y la empresa si no pagaba a tiempo. Era verdaderamente terrorismo bancario predatorio. Pronto aprendió a defenderse. Entendió que a veces era mejor discutir asuntos graves con administradores del banco en Quito. En ocasiones un jefe nacional podía ser un profesional de la banca justo. Por ejemplo, en uno de los préstamos, un jefe nacional del Banco de Fomento en Quito, entendiendo el abuso y la injusticia, llamó por teléfono al gerente de Otavalo, lo amonestó verbalmente y le ordenó a dar más plazo para pagar la deuda y le dio un sermón sobre como un gerente debe trabajar para servir al cliente. Su padre Pedro y el Sr. Maldonado solían decir que en este país de mishu a veces es mejor salir del pueblo, viajar a Quito y hablar con “el manda más.” A pesar de estas experiencias de vida de tres décadas el Sr. Maldonado nunca mostró hostilidad hacia esos mishu que deseaban destruirle o robarle.
Otro ejemplo es el siguiente, un fin de semana la joven familia Maldonado decidió salir de Otavalo a pasear en una pequeña camioneta Daihatsu que acababan de comprar. Todos estaban muy contentos disfrutando del viaje. Cerca de Quichinche, un pueblito de mishu a unos tres kilómetros de Otavalo, un chofer mishu en un bus reconoció a la familia y lanzó su bus contra la camioneta. Todos gritaron de miedo y la camioneta sufrió daño menor, aunque el ataque pudo ser mortal. El chofer reía de placer al ver a la familia aterrorizada. Se trataba de un ataque inusitado de parte de una persona racista que encontraba inaceptable socialmente que un quichua sea dueño de un vehículo y que además lo conduzca. ¡Para ese tipo de gente, un vehículo debía ser solamente poseído y conducido por un mishu! Para acortar la historia, cabe decir que el Sr Maldonado contrató un abogado y lo acusó formalmente en la corte y ganó el juicio legal. El mishu fue sentenciado a pagar $20 000 sucres (un monto no muy alto) y prisión por dos meses. Como frecuentemente pasaba con los mishu, este chofer en compañía de su esposa y dos hijos pequeños visitó la casa del Sr. Maldonado y llorando pidió perdón y dijo “por favor, necesito trabajar, si voy a prisión mis hijos no comerán y morirán de hambre.” La súplica duró unos 15 minutos. Con una gracia característica, el Sr. Maldonado dijo que no hacía falta que pagara la multa y que le perdonaba y que retiraría la acusación. El chofer y su esposa lloraban de alivio y no paraban de agradecer el gesto magnánimo. Incluso con agresores peligrosos, el Sr. Maldonado era generoso. Yo, su hijo, en ese entonces estudiante de medicina, presencié todo este evento, pero no entendía su magnanimidad extrema. Yo tenía una opinión diferente y recomendaba a mi padre que sería mejor no perdonarlo, que sería justo enviarlo a prisión, pensaba que sería un castigo ejemplar que intimidaría en el futuro a otros mishu racistas y supremacistas de Otavalo. Este ejemplo ilustra como los quichuas navegaban afablemente (sin venganza o violencia) en una suerte de país de enemigos, pero a la vez en su territorio, habitado por sus ancestros por miles de años. Un eminente científico canadiense el Dr. Raymond H. Prince, profesor de psiquiatría cultural en la prestigiosa Universidad McGill de Canadá decía que, ante la magnitud del abuso y opresión sufridos por los quichuas, sería comprensible y justo responder de manera violenta y hasta armada. Él no veía posible otra vía de convivencia.